lunes, 12 de noviembre de 2012

EXPO-EDUCATIVA 9/11/2012


MUESTRA: ADAPTACIÓN DE LEYENDAS AMERICANAS A HISTORIETAS

AUTORAS Y EXPOSITORAS DE LUJO

Hola a todos:

El viernes pasado, a la mañana se realizó una exposición de muestras de las distintas áreas. El departamento de Lengua y Literatura compartió el aula (1° 4°) con el de Lenguas Extranjeras. Hubo muestras y exposiciones excelentes en esta y en las otras áreas, recibimos las visitas y el reconocimiento de autoridades,    colegas, alumnos y algunos padres, ¡gracias a todos ellos!. Todo se desarrolló en un clima de cordialidad, interés; los chicos estuvieron a la altura de las circunstancias.

Quiero felicitar, especialmente, a las expositoras de 1° 3°, que presentaron la muestra, y explicaron las leyendas y sus producciones (texto y dibujos). Estas adolescentes expusieron con desenvoltura, simpatía, entusiasmo, y demostraron ser muy responsables y aplicadas. ¡Gracias, chicas por su esfuerzo y colaboración!
Ellas son:

- Autora y expositora: Jazmín Pérez. Leyenda americana: "El último guayacán"


EL ÚLTIMO GUAYACÁN

    La vieja payé, anciana hechicera de la tribu, caminaba apesadumbrada entre los árboles de la selva, repitiendo una y otra vez con voz triste y monótona: “El último guayacán morirá; con él desaparecerá un árbol muy querido por los guaycurúes. No se verán más sus flores amarillas. Así lo ha dispuesto Ñandeyará, el genio que habita en estas selvas. El guayacán no volverá a nacer, porque sus flores perecerán irremediablemente, estériles”.
    Los pájaros y los insectos lo observaban curiosos y escuchaban con atención sus palabras. Aleteaban nerviosos y, preocupados, se transmitían la noticia unos a otros.
    Así fue como se enteró una bella mariposa multicolor, una panambí, como la llamaban los guaycurúes. Su delicado rostro se ensombreció. Sus alas de vivos colores se batieron temblorosas, y voló apresurada hacia el lugar donde la última flor del último guayacán se estremecía agitada por la brisa.
   La corola amarilla fue un buen escondite para la panambí. Allí se quedaría; si el guayacán moría, ella lo haría a su lado.
   El sol se ocultó por detrás de las copas de los árboles, y los ruidos de la selva enmudecieron. La quietud de la noche no tardó en llegar.
   Las alas de la panambí quedaron unidas en un abrazo con los pétalos de la flor; fueron las dos un único capullo que aguardaba su destino.
   Pasaron los días, la flor se fue marchitando, y sus pétalos cayeron.
   La dulce panambí se aferró fuertemente al cáliz que se mantenía unido a la rama y allí depositó los huevos que darían nacimiento a nuevas mariposas.
   Después, absorbió el néctar que aquél contenía en su interior y voló hasta un pequeño arbusto, un güembé, llevando en sus patas el polen de la flor. Resignada, esperó su destino.
    Finalmente, en un rojo atardecer, cayó sobre la tierra húmeda, que la recibió como madre amorosa. Con sus débiles patas, cavó un hoyo y, conservando íntegro el germen de la vida, se hundió en él.
   Ñandeyará, trinando de envidia, había observado todo y quedó profundamente conmovido por la generosidad de la panambí. Ella había entregado su vida al último guayacán. Dos lágrimas brotaron de los ojos del genio y cayeron sobre el cuerpecito casi inerte de la mariposa.
   Luego desapareció, envuelto en una densa neblina.
   Sucedió entonces que las patas de la panambí se transformaron en raíces, y de su cuerpo brotaron pequeñas hojas que crecieron y se hicieron un hermoso árbol que, en primavera, se cubrió de flores amarillas, como aquella que había albergado a la mariposa.
   Al mismo tiempo, del cáliz que había quedado sujeto al viejo guayacán, aparecieron una multitud de panambíes recién nacidas que se prendieron de sus ramas y depositaron allí sus huevos. Aquella mariposa, con su generosidad, había impedido que el último guayacán desapareciera de la Tierra.
Desde entonces, las panambíes visitan siempre a los guayacanes y son las que se encargan de depositar en la tierra las semillas que darán origen a un nuevo árbol. Por eso se oye decir que los guayacanes, en lugar de frutos, dan mariposas, o… panambíes.
   ¿Y Ñandeyará? Nada se sabe de él. Lleva un destino errante, vaga meditabundo sobre las copas de los guayacanes; ya no sabe si desea seguir siendo el genio de esa selva.

Versión de una leyenda guaycurú, de Mirta Cassano.







-Autoras y expositoras: Micaela Sierra, Lorena Gaona y Claribel Álvarez. Colaboraron en la producción: Luciana Baglio y Alexandra Sandoval. Leyenda: "La misión del colibrí"



   Cuentan que hace muchísimos años, una terrible sequía se extendió por las tierras de los quechuas. Los líquenes y el musgo se redujeron a polvo, y pronto las plantas más grandes comenzaron a sufrir por la falta de agua. El cielo estaba completamente limpio, no pasaba ni la más mínima nubecita, así que la tierra recibía los rayos del sol sin el alivio de un parche de sombra. Las rocas comenzaban a agrietarse y el aire caliente levantaba remolinos de polvo aquí y allá. Si no llovía pronto, todas las plantas y animales morirían.
   En esa desolación, sólo resistía tenazmente la planta de qantu, que necesita muy poca agua para crecer y florecer en el desierto. Pero hasta ella comenzó a secarse. Y dicen que la planta, al sentir que su vida se evaporaba gota a gota, puso toda su energía en el último pimpollo que le quedaba.
   Durante la noche, se produjo en la flor una metamorfosis mágica. Con las primeras luces del amanecer, agobiante por la falta de rocío, el pimpollo se desprendió del tallo, y en lugar de caer al suelo reseco salió volando, convertido en colibrí.
   Zumbando se dirigió a la cordillera. Pasó sobre la laguna de Wacracocha mirando sediento la superficie de las aguas, pero no se detuvo a beber ni una gota. Siguió volando, cada vez más alto, cada vez más lejos, con sus alas diminutas.
   Su destino era la cumbre del monte donde vivía el dios Waitapallana. Waitapallana se encontraba contemplando el amanecer, cuando olió el perfume de la flor del qantu, su preferida, la que usaba para adornar sus trajes y sus fiestas.
   Pero no había ninguna planta a su alrededor. Sólo vio al pequeño y valiente colibrí, oliendo a qantu, que murió de agotamiento en sus manos luego de pedirle piedad para la tierra agostada.
   Waitapallana miró hacia abajo, y descubrió el daño que la sequía le estaba produciendo a la tierra de los quechuas. Dejó con ternura al colibrí sobre una piedra.
   Triste, no pudo evitar que dos enormes lágrimas de cristal de roca brotaran de sus ojos y cayeran rodando montaña abajo. Todo el mundo se sacudió mientras caían, desprendiendo grandes trozos de montaña.
   Las lágrimas de Waitapallana fueron a caer en el lago Wacracocha, despertando a la serpiente Amarú. Allí, en el fondo del lago, descansaba su cabeza, mientras que su cuerpo imposible se enroscaba en torno a la cordillera por kilómetros y kilómetros.
   Alas tenía, que podían hacer sombra sobre el mundo. Cola de pez tenía, y escamas de todos los colores. Cabeza llameante tenía, con unos ojos cristalinos y un hocico rojo.
   El Amarú salió de su sueño de siglos desperezándose, y el mundo se sacudió. Elevó la cabeza sobre las aguas espumosas de la laguna y extendió las alas, cubriendo de sombras la tierra castigada. El brillo de sus ojos fue mayor que el sol. Su aliento fue una espesa niebla que cubrió los cerros. De su cola de pez se desprendió un copioso granizo. Al sacudir las alas empapadas hizo llover durante días. Y del reflejo de sus escamas multicolores surgió, anunciando la calma, el arco iris.
   Luego volvió a enroscarse en los montes, hundió la luminosa cabeza en el lago, y volvió a dormirse. Pero la misión del colibrí había sido cumplida…
    Los quechuas, aliviados, veían reverdecer su imperio, alimentado por la lluvia, mientras descubrían nuevos cursos de agua, allí donde las sacudidas de Amarú hendieron la tierra. Y cuentan desde entonces, a quien quiera saber, que en las escamas del Amarú están escritas todas las cosas, todos los seres, sus vidas, sus realidades y sus sueños. Y nunca olvidan cómo una pequeña flor del desierto salvó al mundo de la sequía.

 Leyenda Peruana. Recopilación: Enrique Melantoni






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